LA TRISTEZA
No podemos estar tristes sin que ello afecte a nuestra vida entera.
Por ello, las emociones llamadas negativas cortan el paso, de forma preventiva y muy rotunda, al bienestar y al placer.
El cerebro y el cuerpo no tienen tiempo para procesar el placer cuando el desastre, o el posible o temido desastre, acechan.
La tristeza es, por tanto, un estado complejo y muy tozudo: cuando suena su señal de alarma invade cada rincón de nuestras vidas y arrincona la alegría.
Hace de la vida un camino árido, que recorremos en general, en soledad.
En su cruda esencia, la tristeza es un mecanismo defensivo ante el miedo a la pérdida.
A primera vista no lo vivimos así, porque cuando estamos tristes sentimos, ante todo, dolor.
Pero ese dolor es sólo el síntoma: tras él está el anhelo de lo que fue o de lo que pudo haber sido.
El dolor surge porque hemos perdido, o porque no hemos logrado encontrar, aquello que hubiese podido colmar nuestros vacíos.
Volver a la vida es el reto diario que plantea la tristeza
Elsa Punset. Inocencia radical
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